¡2021, el inicio de una nueva era (también para el desarrollo territorial)!
El fin de una era...
Tal como reza el título del post, estamos a punto de entrar, por fin, en el S.XXI. Esto es, en el primer año de una nueva era para la humanidad.
2020 ha marcado el fin de la era que nació al final de la 2ª guerra mundial y que ha proporcionado décadas de progreso continuado para una buena parte de los ciudadanos del mundo. Como relata Carlota Pérez, historiadora de la economía, en su artículo "
De una economía de Casino a una nueva Edad de Oro" los sistemas globales sucumben como resultado de la aparición de nuevas tecnologías que trastocan los equilibrios y las relaciones establecidas en el sistema imperante. Y así ha ocurrido con ese sistema que nació a finales de los 40 del siglo pasado.
Pérez describe cómo la irrupción de esas nuevas tecnologías -sean el vapor, el tren o internet- fuerzan la aparición de nuevas reglas que trastocan la realidad del mundo y de sus habitantes.
En nuestro momento, tuvimos un serio aviso de que eso estaba ocurriendo con la crisis financiera global de 2008. Un aviso que, sin embargo, los poderes mundiales ignoraron aplicando las mismas recetas que correspondían al ciclo que estaba finalizando -protegiendo a las entidades financieras en detrimento de las personas- y agravando así la situación de declive hasta llegar a la aparición del COVID-19. Un virus que ha provocado una pandemia global y que ha puesto en evidencia que, a nuestro mundo, se le están rompiendo todas las costuras.
...y el nacimiento de la siguiente
Tanto es así que se han empezado a producir respuestas globales, la más evidente de las cuales es la colaboración para elaborar las vacunas que consigan sacarnos del marasmo en el que nos encontramos desde hace 9 meses, y también la aprobación, por las instituciones financieras multilaterales, de grandes paquetes económicos destinados a ayudar, ya no a las instituciones financieras, como hicieron en 2008, sino a las personas, a las familias y a las empresas que dan empleo para ayudarlas a superar el duro trance de la pandemia.
Todo eso significa que cambian muchas prioridades como, por ejemplo, la lucha contra el cambio climático que ahora no es discutida más que por algunos personajes que ya nos resultan caricaturescos. También la reducción de las tremendas desigualdades -entre personas y entre territorios- es otro de los objetivos a combatir así como la digitalización que va a afectar a todos los ámbitos de nuestra vida -salud, educación, trabajo, industria, movilidad, agricultura, comercio, ocio,......- o el control de las economías especulativas -lideradas por las grandes tecnológicas: Facebook, Amazon,...- y el de modelos de empresa basados en la explotación de las personas.
En cuanto al desarrollo local...
A todos esos cambios no va a ser ajeno el ámbito del desarrollo local y territorial que también debe modificar sus prioridades y sus métodos de actuación.
Para empezar, la reactivación debe ser una reactivación diferente. No se puede tratar solamente de una recuperación de la situación anterior sino que la nueva recuperación debe construirse sobre nuevas bases. Es decir que debe partir de unas bases distintas a las que han funcionado en las últimas décadas. Ya no podemos gestionar ciudades y territorios como hasta ahora. Veamos algunas de las diferencias.
1. La reactivación debe ser multidimensional
La reactivación de la que hablamos ahora abarca, a la vez, la economía, por supuesto, pero también el modelo energético, la alimentación, la movilidad, la digitalización, la reducción de desigualdades (y eso incluye desde las regiones de un país hasta los barrios de una ciudad, las desigualdades sociales, el crecimiento del respeto a las múltiples y crecientes diversidades de la sociedad (de género, económicas, étnicas, sexuales, discapacidades, etc.) o el impulso a la biodiversidad.
Todo ello evidencia que no estamos ante una reactivación económica como las que hemos llevado a cabo en décadas recientes, sino que estamos hablando de una reactivación-transformación con dos procesos que debemos llevar a cabo conjuntamente.
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2. Una reactivación-transformación integral y transversal
Ya no podemos abordar los distintos ámbitos de forma independiente (economía, medio ambiente, gestión territorial y espacio urbano, social). Simplemente, porque no son independientes unos de otros sino que, al contrario, son absolutamente interdependientes. Eso obliga a definir objetivos compartidos a partir de los que cada ámbito derivará los criterios para definir los planes de su parcela. También se necesitará que cada área municipal se apoye en los demás para impulsar programas o proyectos compartidos de forma que se multipliquen los resultados frente a los de las tradicionales actuaciones sectoriales. Entra en juego, por lo tanto, la necesidad de hacer más con los recursos disponibles. Y eso solo es posible generando sinergias (colaboraciones que multiplican el valor de los resultados generados) entre actores que no acostumbraban a colaborar entre sí hasta el momento.
Por lo tanto, la nueva reactivación debe ser integral -de todos los ámbitos- y transversal -con colaboración entre departamentos municipales-.
3. Repensar el concepto de territorio
En efecto, también el paradigma territorio urbano frente a territorio rural debe cambiar. Las ciudades deben pensar su futuro incorporando en sus planes el territorio que las rodea, al que aportan servicios y del que reciben una serie de prestaciones (alimentación, descanso, salud, recursos mineros o forestales,...).
En este apartado también debe mantenerse un enfoque abierto para considerar el territorio sobre el que trabajar. Por ejemplo, una colaboración entre 2 o 3 ciudades/pueblos pròximas que sumen sus esfuerzos alrededor de un proyecto de futuro común y, si es necesario, superar delimitaciones políticas como ya hacen algunos proyectos plurinacionales (como la Agencia de Desarrollo Trinacional Las Misiones Guaraníes, por ejemplo).
4. Colaboración y alianzas, claves ineludibles
Es obvio también que ya no pueden resolverse los problemas desde las administraciones públicas en solitario. Es imprescindible una colaboración integral entre los distintos actores locales. Eso significa que también la gobernanza debe cambiarse, empezando por sus fundamentos, para pasar a ser una gobernanza colaborativa.
Un buen ejemplo de ello es lo que está haciendo el Gobierno de España cuando lanza unas innovadoras convocatorias de "Expresiones de Interés" para orientar la dedicación de los ingentes fondos europeos para la reconstrucción. Se trata de una petición de propuestas que se ha lanzado a dos ámbitos del país. Por una lado, a las empresas para pedirles propuestas para grandes proyectos que puedan actuar como tractores para la industria nacional. Por otro, a los territorios víctimas de la despoblación, para que aporten ideas de proyectos capaces de dinamizar esos territorios.
Este procedimiento innovador tiene varias consecuencias. En primer lugar, implicar a esos actores en la definición de los proyectos que van a ser co-financiados públicamente. En segundo, una gestión compartida público-privada de esos proyectos aportará mayores garantías de un uso eficaz de los recursos. Finalmente, una alta probabilidad de que esos proyectos, al responder al interés de los distintos ámbitos y al recibir una financiación adicional pública, alcancen el éxito y generen así un mayor beneficio para sus protagonistas y para el conjunto de la sociedad.
Conclusión
El mundo entra en una nueva era y eso afecta también al desarrollo local. La evolución de ciudades y regiones va a depender de la capacidad que tengan sus gobernantes para activar al conjunto de actores y recursos de su territorio y de hacerlos trabajar conjuntamente. Eso afecta no solo a la industria, a la agricultura o al sistema educativo sino que reclama, como punto de partida, un cambio en la forma de gobernanza de los territorios.
Aquellos gobernantes que no se pongan las lentes del siglo 21 y que continuen con las del siglo 20 van a ver como sus ciudades, poco a poco, pierden el tren de los cambios, es decir, de los avances.
También será importante que los gobiernos nacionales que todavía no lo hayan hecho se decidan a descentralizar las competencias que correspondan -obviamente, acompañadas de los recursos asociados a ellas- y que pongan en marcha, entre otras, una política, para los mandos políticos del país -cargos políticos y altos funcionarios técnicos de los niveles regional y municipal-, de formación para la nueva gobernanza que requiere la nueva era.