Hace unos días, Oriol Estela publicaba un artículo en el New Barcelona Post
https://www.thenewbarcelonapost.com/hay-que-volver-a-construir-las-ciudades-de-la-nada/
En él, Estela hablaba de una lista bastante larga de ciudades que, a lo largo y ancho del mundo, se están construyendo desde cero con criterios actuales con la esperanza de construir ciudades modernas que no arrastren los lastres de una historia pasada. En mi opinión, a todas esas ciudades les falta y les faltará un ingrediente imprescindible que es la identidad, el sentimiento de pertenencia a esa ciudad de la población que, en algún momento, vaya a habitarlas.
El artículo de Oriol, buen amigo y gran conocedor de las ciudades y sus dinámicas, me ha hecho recordar la visita que realicé a Ciudad Juárez, Chihuahua, México, diez años atrás, a lo largo de una semana. Mi misión en aquel momento era llevar a cabo un trabajo, con un grupo de actores locales, que permitiera avanzar en la definición de una estrategia de futuro para la ciudad.
Como entremés a ese trabajo, un pequeño grupo de 4 personas de Juárez, a invitación de una periodista local, me llevaron, en un vehículo todo terreno, a conocer la ciudad durante todo un día. Y digo conocer y no, visitar, porque no se trataba de visitar lugares típicos sino de conocer lugares representativos de la vida del día a día en la ciudad. Desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche recorrimos la ciudad de punta a punta, haciendo visitas, deteniéndonos y hablando con las personas de cada lugar sobre su actividad y la realidad en la que se movían a diario. Los lugares que tuve la oportunidad de conocer aquel día fueron: el norte de la ciudad atravesando zonas de maquilas - modernas industrias de capital estadounidense que se instalan en México para aprovechar los bajos salarios-, una escuela de secundaria en el norte de la ciudad donde pude hablar con profesores y alumnos, un comedor social de la comunidad Tarahumara donde los niños cocían sus propias tortitas de
maíz que eran la parte fundamental de la alimentación que recibían, la “Casa de Adobe”, la casita que tuvo funciones de Palacio Nacional Provisional en 1911, durante la revolución mexicana, una residencia de acogida de toxicómanos atendida por religiosos, una escuela de cerámica artesana impulsada por dos mujeres voluntarias, una escuela de reciente apertura en pleno desierto al sur de la ciudad -en la que los maestros nos contaron cómo lograron que los alumnos dejaran de llevar pistolas a la escuela- y, para cerrar esa visita exploratoria, deambulamos por algunos “fraccionamientos” -unos barrios construídos en pleno desierto de Chihuahua con unos módulos prefabricados de hormigón, sin ningún servicio y casi abandonados- antes de pasar por la zona de lujo de la ciudad -una sucesión de altos muros coronados por alambre de espino que protegían las viviendas de los juarenses más ricos-.
En el camino de regreso en el todoterreno, era ya noche cerrada, me contaron que no se conocía la dimensión de la población de Juárez pues había una elevadísima proporción de población flotante -personas que vienen de toda Latinoamérica con el ánimo de entrar en EEUU y que se quedan ahí durante un tiempo indefinido hasta que logran cruzar la frontera o, a veces, regresan a sus países de origen-.
Al día siguiente a esa visita a la vida de la ciudad, empezamos los 3 días de trabajo que teníamos previstos con una cuarentena de actores locales. Al final del primer día, y al preguntar yo a esas personas lo que les estaba pareciendo el trabajo que hacíamos, una maestra de escuela me dijo que le gustaba mucho pero que se encontraba “muy avergonzada”. Al preguntarle yo que por qué se sentía así, me contestó -lo recuerdo como si fuese ahora-: “yo nací en Juárez, siempre he vivido aquí y hoy, de lo que nos has dicho tú, he aprendido cosas de mi ciudad que no sabía”. Luego, hablando más con ella, le pregunté que cuándo era la fiesta mayor de Juárez. Me contestó que no la había y yo me volví a quedar con la boca abierta. Con lo que disfrutamos los latinos las fiestas, en Juárez no tenían fiesta de su ciudad….
La sensación con la que me quedé al final de esa estancia en la ciudad fue que yo no iba a poder hacer gran cosa por Juárez. Les dije a quienes me habían invitado -se trataba de un proyecto conjunto entre el Gobierno Federal de México y la UE para explorar vías de impulso del desarrollo local en las ciudades del país- que lo que necesitaba Juárez no era un especialista en desarrollo de ciudades sino, como paso previo, un equipo de sociológos, antropólogos y, probablemente, de urbanistas que pudieran ayudar a transformar ese territorio desamparado en una ciudad creando, para conseguirlo, un sentido de identidad entre los juarenses. Eso es, me parecía que difícilmente se podía decir que Juárez fuera una ciudad. Y lo primero que necesitaba Juárez, en mi opinión, era crear un orgullo de ciudad y un sentido de pertenencia entre sus habitantes.
Reflexión final
Como veis, aquellos días en Ciudad Juárez me marcaron. Y no puedo dejar de pensar en Juárez como una ciudad de paso que nunca tuvo oportunidad de asentarse y de ir creando una historia propia y un sentido de pertenencia de sus habitantes. No cabe duda de que Juárez está tremendamente condicionada, y limitada, por su situación geográfica y lo que ello comporta.
No dudo de que, aquellos que hablan, hoy en día, de crear ciudades nuevas desde cero, se asegurarán de dotar a esas ciudades de buenos servicios, comodidades y seguridad. No obstante, me da la impresión de que, probablemente, sea mucho más difícil de construir el orgullo de pertenencia que una casa, una calle o una escuela.
Sin duda, transformar nuestras “viejas” ciudades es un reto. Pues transformar significa hacer cambios profundos a la vez que la gente sigue haciendo su vida en esas mismas calles que están en transformación. Pero, en realidad, eso es un poco lo que ha ocurrido siempre, hemos hecho cambios, a menudo con las quejas de los conciudadanos. Y además, esos cambios, y también esas quejas, han contribuído a avanzar en la definición de la identidad local. Y, probablemente, vaya a ser lo mismo que ocurra cuando nos pongamos a transformar ahora nuestras ciudades, para la sostenibilidad, la digitalización o la cohesión social. Solo podremos hacerlo en colaboración con la población y estoy seguro de que, hacerlo así, reforzará el orgullo y el sentido de pertenencia de todos nuestros convecinos.
Excelente trabajo y reflexiones sobre desarrollo estimado Dr Jorda. Mis respetos y felicitaciones desde la Habana Cuba.